Los domingos abrimos

Sobre una silla austera de madera barnizada se sentaba cada día, a eso de las once de la noche, Gustavo Astarlovich para leer los libros que consideraba imprescindibles para entender el misterio de la necedad del ser humano. A su lado una montaña de libros, revistas y escritos de todos los colores , materiales y tamaños trataban de mantener el equilibrio.
En su mano sostenía una pluma de tinta roja y la ventana situada a su derecha refrescaba la estancia.
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