Sin embargo, nunca me acuerdo de tu nombre

Paul Raubin entró en la estancia iluminada por dos enormes ventanas de techo, se sentó en la butaca y miró el cuadro recién empezado.
"No me gusta"- gimió para sí. Se levantó, tomó una brocha empapada en verde vejiga, dio un ligero toque al extremo izquierdo del lienzo- allí donde la mancha rojo burdeos se diluía con la tela de lino preparada- y volvió al asiento.
"Ujum"- enarcó ligeramente la ceja y mirando al infinito con el gesto del incomprendido balbuceó:
"Tengo que hacer unas oposiciones"
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