Cabeza abajo

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La primera vez que conocí a un tío con visión periférica fue en el 33.
Andaba yo analizando unos resultados en uno de los laboratorios subterráneos del gobierno de la República, exactamente el B-17-E ,cuando noté una mirada clavada en la espalda.
Se trataba del cabo científico De la Hoz. Su capacidad de orbitar la pupila era de un 75%, es decir 270 grados no Celsius desde su hipocentro. ¡Qué cabrón!
En un descanso mientras encendía un cigarrillo en una de las cámaras acondicionadas para la eliminación de tóxicos, entró el teniente Ventura Ripoll y se colocó a mi lado. Su ojo comenzó a rotar mientras su nariz, como la mía, apuntaba el respirador mecánico.
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